miércoles, 27 de mayo de 2009

Relato I -AG

Hermes estaba pálido, mareado, sentía como su estómago se removía produciéndole nauseas, apenas podía dar crédito a lo sucedido.

Casi arrastras, consiguió sentarse en la única silla libre que quedaba en la sala de espera de las urgencias del hospital de Pensacola.

Cuando por fin se tranquilizó un poco, levantó la vista y se fijó en el resto de personas que, como él, aguardaban a que alguien del personal sanitario les trajera noticias sobre sus seres queridos. Todos parecían estar angustiados, todos miraban hacia el infinito ensimismados, todos deseaban que esas noticias llegaran cuanto antes y poner fin de una vez por todas a esa agonía.

Hermes estaba viviendo la peor de sus pesadillas, aún no podía creer como habían cambiado sus planes en tan solo unos minutos. Nunca hubiera imaginado, que su fin de semana tan esperado empezara en las urgencias del hospital.

No se quitaba de la cabeza cuando fue al andén de la estación a recoger a su hijo John de 7 años, al que no veía desde hacía 2 meses y con el que esperaba compartir la nueva casa que había construido en una vieja granja a las afueras de la ciudad.

No dejaba de recordar la cara de alegría y sorpresa del niño cuando le enseñaba la casa, la piscina, las cuadras, el granero, las flores que había plantado a la entrada de la casa, y las casinas que crecían salvajes delimitando el terreno de la finca.

Tampoco se quitaba de la cabeza la expresión de extrañeza del niño cuando vio como las manos fuertes de su padre apretaban las ubres de una de las vacas que tenía a fin de extraer la leche con la que posteriormente le enseñaría a su hijo a hacer los productos lácteos que consumirían a lo largo de esos días de verano.

Hermes se sentía mal, muy mal, estaba desesperado, levantó la cabeza esperando que alguien le diera noticias, pero no fue así, y no pudo impedir que las lágrimas escaparan de sus ojos.

No conseguía quitarse de la mente la voz de su capataz llamándole a voces, como fuera de sí, e indicándole que fuera hacia allí rápidamente. Jamás hubiera imaginado lo que iba a ver cuando llegó al punto indicado.

Un gran charco de sangre manaba por el riachuelo que atravesaba su granja, su hijo John tenía la cabeza atrapada entre uno de los sobarbos que impulsan el molino de maíz. La fuerza de este hacía que el niño no pudiera escapar de su interior, el niño luchaba, pero la presión era tal que perdió el conocimiento.

El capataz consiguió parar el molino, pero ya era demasiado tarde, el niño se había descalabrado, rápidamente lo cogieron, lo metieron en un coche y lo llevaron al hospital.

Hermes lloraba apretando los puños con fuerza y maldiciendo aquella hora en la que decidió levantar esa granja.

Pasaron las horas y nadie le decía nada, la operación estaba siendo complicada, estaban luchando por la vida de un niño de 7 años. A cada minuto que pasaba estaba más nervioso. Por fin, una enfermera amiga de la familia pasó por allí haciendo su ronda, y le comunicó lo único que no quería oír, su hijo, John, había muerto.

1 comentario:

OTE dijo...

El crítico literario Sr. Colino ha mostrado preferencia por su relato. Enhorabuena.